Lo ubérrimo de no olvidar.
julio 31st, 2014 | Publicado en Vitae Est
Sorprende, no deja nunca de sorprender, pero es cierto como la vida misma, si hay algo entre otras muchas cosas que nos caracteriza a los españoles es el poco reconocimiento y desmemoria con que premiamos a aquellos que han conseguido que la cultura alcance la esencia de su definición: lo universal.
Una de esas víctimas cuyo expediente de desmemoria apareció en la mesa de mi despacho porteado por el periódico EL PAIS, en un artículo de Antonio Muñoz Molina, es el de Casiodoro de Reina – ¿ quien?, si han leído bien, Casiodoro de Reina – intelectual español del siglo XVI a quien por ejemplo esta ciudad capitalina de Madrid de cuyo mobiliario humano soy parte, no ha tenido a bien dar su nombre a ninguna calle que deje testimonio de su existencia; pero son tantos los que se han ganado injustamente la amnesia del callejero madrileño que no tiene mucho sentido profundizar en el asunto de marras.
La vida del personaje es como la de otros intelectuales de la época asidos a algún tipo de libertad, perseguido por la Inquisición al ser partidario de la Reforma, ello le hizo ir a Ginebra donde pese a la creencia extendida en la actualidad de la liberalidad de pensamiento de aquellas gentes antes y ahora, resulta que en aquel momento Calvino empujaba a la hoguera a todo aquel que le llevara la contraria, como aconteció con Miguel Servet, mientras que ahora esa liberalidad empuja al secreto bancario a todo aquel que puede pagarlo y defraudar al fisco, cosas del primer mundo de antes y ahora que hacen «arder la sangre«. La cuestión es que Casiodoro de Reina cansado del hedor de tanta chamusquina humana a lo calvinista retornó a Frankfurt para posteriormente dar con sus huesos en la Inglaterra de Isabel I, donde con permiso regio predicó las bondades del luteranismo a otros compatriotas españoles que allí se encontraban, exiliados por motivos de religión o vaya usted a saber – lo que demuestra que el hábito hispano de expatriarnos o destriparnos por nuestras diferencias viene de antiguo, yo diría de raza citando un poema de León Felipe-. Tuvo que ser aquella una buena época para Casiodoro de Reina ya que allí comenzó a escribir la que sería su obra maestra, pero parece ser que tras cierta calma hubo de continuar su peregrinaje, esta vez, forzado por diversos lances de calumnias y otros enjuagues de mala boca relacionados con la sodomía. Así llegó en esta ocasión a Amberes, donde a sus calamidades económicas se unió el reencuentro con sus paisanos españoles, si bien, esta vez vestidos no como los de ahora con la indumentaria de la «Roja» – es época de Mundial de fútbol- sino con la que llevaban las tropas de Felipe II, carentes de la actitud ahora tan española de carácter contemplativo y del tiki-taka, y más propensas al juego basado en el cuerpo a cuerpo, lo que provoco no precisamente se quedase para ver como terminaba aquel envite, que ganamos exiguamente, sino su huida definitiva a Frankfurt, donde ya cansado y después de tantas asperezas se dedico a llevar una vida más suave al regentar un negocio de sedas. Elegido pastor auxiliar de almas protestantes acompañó en 1594 a estas con el resto de almas a la presencia del Altísimo, para quien como es sabido todas son iguales y carecen de distinción.
Vida propia, pues, de intelectual español de aquella época nadando contracorriente, nada especialmente meritorio salvo el soportarla como otros muchos a lo largo de la Historia. La cuestión es que Casiodoro de Reina durante ese periplo escribió una obra maestra de la literatura española y además lo hizo a la forma española por antonomasia, es decir, solo, sin ayuda del poder y con todos los elementos habidos y por haber en su contra. Tal obra maestra que nació para ocultarse por la sombra de la Inquisición al ser incluida en el «Índice de los Libros Prohibidos» (Index Librorum Prohibitorum) , nació igualmente estéril por las circunstancias antedichas, lo que implicaría lamentablemente no dejara descendencia en las obras del resto de autores españoles que le sucederían en el tiempo. Pero lo que nadie puede negar a Casiodoro de Reina es que fue el primero en escribir (traducir) y, por tanto, en revivir a la lengua castellana la Biblia; así por primera vez se escribía, caligrafiaba y se podía leer y entonar en nuestro idioma la palabra escrita de Dios, el castellano por primera soportaba con su andamiaje de caligrafía el peso que abarca desde la creación del Mundo (el Génesis) hasta el final de los tiempos (la Apocalipsis). Aquel español al que su propia patria en el fénix de su Imperio perseguía por hereje, le quemó en efigie en Sevilla en un auto de fe y le nombro heresiarca, había logrado para las letras e idioma de ese mismo Imperio alcanzar, también en esto, la máxima extensión; había conseguido alcanzar por medio de la lengua española los límites de la propia Historia y abarcar el más allá. Ningún otro español llegó por primera vez con su idioma tan lejos y trató de abarcar tanto en un solo escrito. A partir de ese momento esa Biblia será conocida como la Biblia del Oso, por el dibujo que adornaba su título: un oso comiendo miel.
Dice Antonio Muñoz Molina que Casiodoro de Reina “escribe en un castellano prodigioso que está en el punto intermedio entre Fernando de Rojas y Cervantes”, con “una lengua descarada , sensual, no sometida a la monotonía sofocante de la ortodoxia, a la esterilización dictada por el miedo, a la hipocresía de la conformidad. Es una lengua para ser recitada, entonada, cantada”. Y tiene razón Antonio Muñoz Molina al decirlo, y para muestra este extracto del libro del Ecclesiaste de Salomon traducido por el propio Casiodoro de Reina:
(…) Vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo vanidad. ¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol? Generación va, y generación viene: mas la tierra siempre permanece. Y sale el sol, y pónese el sol, y con deseo vuelve á su lugar donde torna á nacer. El viento tira hacia el mediodía, y rodea al norte; va girando de continuo, y á sus giros torna el viento de nuevo. Los ríos todos van á la mar, y la mar no se hinche; al lugar de donde los ríos vinieron, allí tornan para correr de nuevo. Todas las cosas andan en trabajo mas que el hombre pueda decir: ni los ojos viendo se hartan de ver, ni los oídos se hinchen de oir. ¿Qué es lo que fué? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará: y nada hay nuevo debajo del sol. ¿Hay algo de que se pueda decir: He aquí esto es nuevo? Ya fué en los siglos que nos han precedido. No hay memoria de lo que precedió, ni tampoco de lo que sucederá habrá memoria en los que serán después.(…)
En fin, sirva este modesto artículo y comentario para recordar y excarcelar del olvido la memoria de Casiodoro de Reina, uno mas de tantos otros olvidados que esperan en el corredor de la historia silente ser rescatados, valga mi homenaje a tos@s ell@s.